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31 agosto 2025

El suspiro agitado del mar

Hoy ha sido una de esas tardes en la que el mar tiene cara de pocos amigos. Su cólera desataba furia contra los acantilados, en contraste con la suave y agradable mezcla de colores apastelados del cielo.
Las olas, como puños de agua salada, rompían con fuerza contra las rocas inamovibles. Cada acometida era como un bramido que explotaba y se deshacía en destellos de espuma blanca que al retirarse dejaban ensabanadas las rocas en una especie de manto que era barrido por la siguiente ola.
Y así, una y otra vez, como un enorme suspiro agitado, el mar ha demostrado su belleza en un espectáculo salvaje de la naturaleza en su máxima expresión.
Ramón Alfil

28 agosto 2025

Un día de vida...

La habitación 513 del hospital estaba compartida por dos enfermos. A estos compañeros a la fuerza por la convalecencia los separaba una cortina corredera.
El enfermo de la 513 A era joven, su fragilidad en ese momento delicado de su vida contrastaba con la vitalidad que se le presuponía. El enfermo de la 513 B era un hombre de avanzada edad, cuya existencia se marcaba en las arrugas de su rostro y en la serenidad de su mirada.
Sentado en un sillón, junto a la cama del anciano, se encontraba su hijo. La tensión del día a día en un hospital, las largas horas de espera y la inquietud constante por el estado de salud de su padre calaban ya en su estado físico y mental.
De repente, el hijo se levantó. El crujido suave del sillón al ceder su peso rompió el silencio de la estancia. Se acercó a su padre, cuya respiración era lenta, tranquila, casi imperceptible.
—Papá, voy a bajar un momento a la calle. Necesito estirar las piernas, tomar un café para despejarme y, quién sabe, quizás probar suerte con un décimo de lotería en la administración que hay justo al lado de la cafetería.
El padre asintió con un leve movimiento de cabeza, su rostro transmitía comprensión al comentario de su hijo, que se despidió con una caricia en su frente y se dirigió hacia la puerta, dejando atrás la quietud de la habitación, buscando un respiro en el mundo exterior, un instante de normalidad en medio de la incertidumbre, con la esperanza latente de que la fortuna, al igual que la salud, pudiera cambiar de un momento a otro.
Saludó con un gesto al paciente de la 513 A que le respondió cerrando el puño y levantando el pulgar. A punto de salir por la puerta, dio media vuelta y volvió hasta la cama de su padre.
—Por cierto, papá, ¿quieres el mismo décimo que voy a comprar o que te selle algún bonoloto, que sé que te gusta? Igual nos trae suerte, afirmó con una carga notable de expectativa.
El padre, tras un momento de reflexión, levantó la mirada hacia su hijo. Sus ojos, aunque cansados, brillaban con una profundidad que iba más allá de la simple esperanza de un premio material. Una leve sonrisa se dibujó en sus labios, una sonrisa que contenía la sabiduría de quien ha vivido plenamente y valora lo verdaderamente importante.
—Hijo, respondió con una voz serena, pero firme, agradezco tu gesto, de verdad. Pero más que el dinero, lo que ahora desearía es algo mucho más valioso. Pregunta en la administración si tienen algún juego en el que el premio sea un día de vida.
El hijo y el enfermo de la 513 A, asombrados, se miraron. Sin mediar palabra tras la lección que acababan de recibir no supieron reaccionar pero, desde aquel día, nunca olvidaron la verdadera esencia de lo que significaba la riqueza: un día más, el tiempo...
Al día siguiente, la delicada salud del paciente de la 513 B desencadenó un fallo multiorgánico que le llevó a una complicación tan severa que le produjo la muerte. No tuvo ni siquiera ese día de más que quería como premio.
Ramón Alfil
Fotografía: Vilkas / Pixabay / Libre de derechos

22 agosto 2025

¡Buen viento y buena mar!

A pesar del calor propio de una tarde de agosto, la brisa apaciguaba el bochorno en el puerto de Marinabrava. Matías era un viejo marinero retirado, de baja estatura, su espalda estaba algo curvada y manifestaba una ligera cojera fruto de uno de los muchos desafíos con los que tuvo que enfrentarse en el mar. Su cara, curtida por los años, el rigor de su trabajo y el salitre estaba marcada por unos pronunciados surcos en sus mejillas y una barba de varios días. Su cabello blanco y desarreglado parecía una red de pesca vieja que quedaba algo disimulado por una gorra gastada por el roce y con alguna que otra mancha.

Matías conocía cada centímetro del puerto de Marinabrava, era su segunda casa, ese día se sentó en la parte superior ensanchada de un noray, ese bolardo fijado a los muelles que sirve para amarrar barcos, negro y algo oxidado por el tiempo. Con parsimonia, asentó con sus huesudos dedos el tabaco que prendió en una pipa de madera vieja, ya ennegrecida tras las caladas de muchos años; el humo dibujaba en el aire círculos que iban deformándose mientras ascendían. Aquel noray era su particular patio de butacas desde el que tantas veces había sido espectador de, para él, uno de los mayores espectáculos que se pueden ver: el desatraque de un barco mercante.

Acompañado por una gaviota desconfiada que lo miraba reojo, Matías observaba, a lo lejos, los pasos meticulosamente coordinados entre el puesto de mando del barco mercante y dos remolcadores: uno en proa y otro en popa. Los remolcadores, diminutos ante el gigante de mar, parecían insectos trabajando contra una fuerza mayor, y, sin embargo, cada movimiento era una coreografía exacta que iba tirando del buque, de origen chipriota, hacia la parte central del puerto, todo de manera muy lenta, laboriosa, perfectamente planificada. Para él, ese momento era pura emoción ver la partida de ese mercante, esa pequeña ciudad flotante en la que se cumplían leyes marinas y  se respetaban jerarquías.

En la proa llegó a vislumbrar a dos de los tripulantes que se abrazaron para desearse —pensó— suerte en la ruta de varios días que los iba a llevar a un lejano puerto. Matías imaginó esa travesía a la que se hubiera apuntado sin dudarlo para volver a sentir las horas de sol, el vaivén del casco, el rumor del mar...

El deseo de navegar todavía latía en su interior, pero la vida le dejó en la otra orilla. Y, aun así, en ese instante, se conformó acomodado en el noray con ver salir aquel barco que conforme avanzaba hacia la mar abierta iba perdiendo tamaña hasta parecer un barquito de juguete. Matías, para sus adentros, pensó aquello que tantos marineros anhelan: buen viento y buena mar.

Ramón Alfil

Foto: Ramón Alfil

13 agosto 2025

Una silla vacía junto al mar

Eugenia pasó muchos años de su vida junto a Marco, eran una pareja que no apagó nunca la llama de la estima. Ya en una edad madura, decidieron formalizar su unión y se casaron en la basílica de Nuestra Señora del Carmen, como era preceptivo en Marinabrava, un pueblecito marinero en el que el tiempo parecía detenerse entre el murmullo del mar.
Marco era un hombre de mar, como casi todos los de Marinabrava, alto, fornido, de hombros anchos y manos curtidas por tantos años de trabajo duro. Empezó de chiquillo como simple ayudante y llegó a ser patrón y propietario de su propio barco, “La Eugenia”. Su vida giraba entre las mareas y las rutas marinas; cada viaje era una promesa de regreso y cada regreso, un suspiro de alivio para Eugenia.
Hacía apenas un mes de aquella boda soñada cuando la idílica relación tomó una curva fatal y dolorosa. Marco salió al mar y no volvió. El barco apareció a la deriva, los tripulantes de “La Eugenia” se esfumaron en la profundidad del agua y de la memoria; no se volvió a saber nada de ellos.
Desde entonces, Eugenia adquirió el hábito de salir de casa con una silla a cuestas que utilizaba para sentarse junto a la orilla del mar, con la vista fija en el horizonte, siempre con la esperanza de ver aparecer entre las aguas a Marco. A pesar de que el ansiado regreso no se producía, ella no cesaba en su empeño y cada tarde, hacia el ocaso, volvía con su silla a sentarse frente al mar como si de un escenario se tratara.
Durante días, semanas, años... cada jornada volvía a casa con su silla y la decepción de no haber visto a Marco surgir del mar y abrazarlo.
Los lugareños se fueron acostumbrando a verla reaparecer cada tarde con la silla en la mano, como si el mar, cada día, quisiera devolverle una promesa quebrada.
Alejandro, a diario, salía a correr al alba por la playa. La edad le obligaba a que su carrera fuera lenta y de vez en cuando se detenía a contemplar el mar. Ese día, a lo lejos, en la playa solitaria divisó un objeto que fue adquiriendo forma conforme se acercaba a él. Era una silla. ¡Qué raro! ¿Qué hacía una silla en la orilla del mar? No comprendía nada. Parecía sin dueño, pero su presencia parecía revelar una espera sin fin.
El periódico local publicó un llamamiento a los habitantes de Marinabrava y de la comarca, acompañado de una foto de Eugenia, había desaparecido del pueblo sin dejar rastro alguno.
Alejandro leyó la noticia en el casino mientras tomaba un café con leche y un solisombra. Pensó en aquella silla solitaria en la playa, en ese amor que el mar se llevó... Imaginó lo peor.
En la quietud de las noches de Marinabrava, el faro parecía pronunciar su propia oración por Marco y por la tripulación de “La Eugenia”. Eugenia se convirtió en una figura misteriosa de la memoria colectiva: la mujer que había amado al hombre de mar y que, en la espera, quizá halló la forma de sostenerse a sí misma; aunque un día, posiblemente, decidió reencontrarse con Marco. Nadie lo supo nunca.
Los habitantes de Marinabrava contaban historias del mar y, entre ellas, no podía faltar la de Marco y Eugenia, aunque deshilachada ante el misterio de una ausencia.
Ramón Alfil

Foto: Don Bernardo, un amigo que alimentó mi imaginación

12 agosto 2025

Ítaca siempre nos brindará un hermoso viaje

Ayer escribí un breve relato en el que un abuelo intentaba explicar a su nieto que el deterioro que causa la edad origina que se desestimen realizar actividades que antes se llevaban a cabo con cierta facilidad. El abuelo se vio algo acorralado, pues resulta harto complicado hacerle ver a un niño que la edad avanzada es el principio del camino al ocaso. Salió como pudo del agobio.
Don Bernardo, como me gusta llamar a un amigo que en su día fue mi profesor de Historia del Arte, leyó la historia del abuelo y el nieto y me aconsejo un viaje literario a Ítaca. Quedé algo desconcertado, pero lo hice y me di cuenta que, efectivamente, el camino puede ser más importante que la meta. 
No había leído nada de Konstantinos Kaváfis. Su poema Ítaca es como un manual de filosofía de vida, en el que lo fundamental es todo lo que le sucede a Ulises en su hermoso viaje, pasando el destino a un segundo plano. Si uno no ha desperdiciado su vida en materias superficiales y simplezas, cada etapa de su existencia habrá constituido un viaje instructivo más importante que la llegada al punto y coma de la vida, el citado camino del ocaso, largo para unos y corto para otros, ¡va a depender de tantas cosas!
Ramón Alfil




Ítaca, poema de Konstantinos Kaváfis

Cuando emprendas tu viaje a Ítaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
No temas a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al colérico Poseidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al salvaje Poseidón encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante ti.

11 agosto 2025

La vida es como el mar, siempre en movimiento

En lo alto de unos peñascos, junto al mar, un abuelo y su nieto se sentaron juntos, sintiendo la brisa marina y el olor a agua salada que llenaba el aire. Desde allí, podían ver ese lienzo azul extendiéndose hasta donde la vista alcanzaba, con sus olas rompiendo suavemente contra las rocas produciendo ese característico redoble sostenido que deja un brillo plateado de espuma en su rebote.
El abuelo, con su rostro tallado por arrugas y marcas que contaban historias de muchos años, miraba el horizonte con una sonrisa nostálgica. Sus brazos y piernas, alguna vez fuertes y firmes, ahora mostraban las huellas del tiempo; sus manos huesudas y deformadas, ya no le permitían bajar con soltura hasta el agua para pescar sargos, como solía hacerlo años atrás. Era consciente de su decadencia.
—¿Sabes, pequeño? —le dijo con voz suave y calmada—. Antes, bajaba por esas rocas con tanta facilidad que parecía un gato. La pesca de sargos era una de mis aficiones favoritas. Me gustaba sentir cómo el agua fría tocaba mis pies y escuchar el canto de las gaviotas. Pero ahora, las cosas han cambiado un poco.
El nieto lo miraba con atención, algo perplejo.
—¿Por qué ya no puedes bajar, abuelo? —preguntó con curiosidad.
El abuelo sonrió con ternura y le acarició la cabeza.
—Porque el cuerpo, hijo, envejece. Ya no tengo la misma fuerza en las piernas ni la misma agilidad. Tengo miedo de caer y lastimarme, y no quiero que algo así arruine todos los momentos hermosos que he vivido en esas mismas rocas. Es difícil aceptar que, con el paso del tiempo, uno se va deteriorando. Pero eso no significa que deje de disfrutar de lo que aún puedo hacer, o que deje de querer estas aventuras.
El niño se quedó en silencio, triste, notaba en su abuelo cierta decepción por la pérdida de vigor; pero, su bisoñez no percibía que los cambios de la vida se pueden aceptar con valentía y, más, si se tienen ganas de vivir y propósitos.
El abuelo, dándose cuenta de su pena le sonrió y le dijo:
—La vida es como el mar, siempre en movimiento. Y aunque a veces nos sintamos más frágiles, lo importante es seguir disfrutando de cada ola, de cada momento, y entender que en el paso del tiempo también hay belleza y, sobre todo, sabiduría. No tengas miedo, porque en cada arruga y marca hay una historia que contar y, en cada momento, una oportunidad para seguir teniendo ilusión.
Y así, acompañados por el infatigable ruido de las olas al golpear sobre las rocas, quiso explicarle que la voluntad de hacer cosas, aunque se vaya camino del ocaso, nunca termina, solo cambia de forma.
Ramón Alfil
Foto: Ramón Alfil

31 julio 2025

La madre que quiso cambiar el día de su muerte por un día de su vida

Mucha literatura epistolar se caracteriza por una peculiar carga emocional. Es el caso de "Carta de una madre", un relato breve que circula ampliamente por las redes sociales, conmoviendo a miles de lectores con su emotiva narrativa. Sin embargo, la identidad de su autor o autora permanece desconocida, un misterio que genera frustración y enojo a partes iguales.
He dedicado horas a la búsqueda infructuosa del creador de esta pieza, explorando diferentes bases de datos, foros literarios y páginas web especializadas. La falta de información es sorprendente, especialmente considerando la popularidad del relato. La ausencia de un autor reconocido abre la puerta a una problemática extendida en el mundo digital: la apropiación de contenido.
Es alarmante observar cómo muchos usuarios comparten "Carta de una Madre" atribuyéndose la autoría, generando una cadena de viralización injusta por la omisión de su creador/a. Esta práctica no solo es éticamente cuestionable, sino que también perjudica al verdadero autor, quien se ve privado del reconocimiento y los posibles beneficios de su trabajo. La falta de atribución adecuada es una forma de plagio digital, un acto que merece ser denunciado y combatido.

Aquel que utiliza la inteligencia artificial
para escribir sin indicarlo es un farsante literario


Considero un farsante literario a todo aquel que utiliza la inteligencia artificial para escribir sin indicar el uso de esta; así como a aquel que utiliza textos como propios para alimentar el ego ante sus conocidos en redes sociales.
Si algún día se descubre al autor o autora de "Carta de una Madre", será una victoria para la justicia literaria y un recordatorio de la importancia de proteger el trabajo creativo en el mundo digital. Hasta entonces, invito a todos a unirse a la búsqueda y a denunciar cualquier acto de plagio que se encuentre.
Vamos al fundamento de esta entrada, que no es otro que la lastimosa carta de una madre a su hijo. Agita a la reflexión, mueve a la desolación y, a la vez, es una fuente de ternura por su delicadeza. 
Lo que voy a decir tendrá muchos detractores, quizá por falta de entereza ante un principio o regla que se considera constitutivo a la naturaleza humana, y que se manifiesta como un comportamiento bastante generalizado: los padres son esos seres cercanos que cada vez son más innecesarios.
Ramón Alfil

Carta de una madre


"Hola hijo, te escribo para proponerte un trato, lo he pensado mucho y nos convendría a los dos, pero no te voy a obligar a que lo aceptes, pero déjame explicarte de que trata:
No te pongas triste, pero todos algún día vamos a dejar este cuerpo, algunos antes, otros después, pero a todos nos llegará la hora, estoy segura de que ese día tú estarás muy triste, ya te veo con tu ropa de luto, para despedirte, con una corona de rosas, o tal vez un ramo de girasoles.

26 julio 2025

La gaviota amiga

Eran esas horas del día en las que el sol comienza a fundirse con el horizonte, cuando los colores del cielo y del mar se confunden en una sola paleta de azules y anaranjados. Sentado sobre una roca, tibia aún por tantas horas de sol, con los pies colgando y la mirada perdida, él coexistía con ese regalo natural que tenía frente a sí. No pensaba, no buscaba, no esperaba. Solo contemplaba... A veces, la vida es así de generosa.
La quietud y el susurro cadencioso de las olas, con sus crestas espumosas, golpeando las piedras erosionadas por la percusión constante del oleaje durante años era lo más parecido a una levitación para aquel apasionado del mar.
A lo lejos, un velero y un barco mercante aparentaban dos juguetes; de cerca, el tintineo y vaivén del agua; en el cielo las nubes no parecían tener prisa, se movían con extrema lentitud como no queriendo perderse el vuelo de una gaviota solitaria, de alas largas y cuerpo elegante que dibujaba una curva perfecta en el aire. Planeaba con una calma maestra, como si la gravedad no tuviese dominio sobre su cuerpo. Giraba apenas con las puntas de sus alas, en movimientos amplios y lentos, dejando al viento decidir su curso. Desde su altura, el mundo debía parecer un tapiz en movimiento: la superficie del mar, rizada y las sombras de los peces más pequeños escapando en bancos bajo el agua.
La gaviota giró una vez más sobre sí misma, midiendo, calculando. Entonces, en un gesto lleno de intención, plegó sus alas como una lanza y se lanzó en picado hacia el agua con la intención de atrapar algún pez con el que saciar el hambre. Es la base de la subsistencia.
Otra gaviota se posó muy cerca de él, silenciosa, tranquila, pero mirando de reojo al humano. Quieta, casi como una estatua durante bastantes minutos, era una agradable compañía para aquel entusiasta de cualquier esencia marina. Entendió que la belleza más profunda no grita, no se impone. Solo aparece ante quien está dispuesto a detenerse, a dejarse vaciar, a dejarse mirar por el mar.
Ramón Alfil
Fotos: Ramón Alfil 
Escucha este relato
Voz: J.M.O.


24 julio 2025

Un gesto de agradecimiento

El calor era sofocante aquella tarde de verano. Alba sostenía en sus brazos a su hijo Leo, que llevaba como única prenda un pañal; estaban solos en casa y el rigor de la temperatura tan alta no invitaba a llevar prenda alguna.
El niño, desde su nacimiento, no perdonaba ni una toma, incluso reclamaba alguna que otra extra, fuera de hora, que conseguía con la picardia de un llanto fingido.
Leo era un bebé alegre, regordete, con varias lorzitas en sus brazos y piernas. Su alegría continua y su risa era contagiosa, no paraba de moverse en el regazo de su madre con la energía de un niño que no tenía más preocupaciones que jugar y descubrir el mundo que le rodeaba.
Mientras tanto, en la televisión, se emitía un reportaje sobre el hambre en el tercer mundo. Mostraba a niños con cuerpos extremadamente delgados, con la piel pegada a los huesos, tirados en el suelo o sobre camas deterioradas. Sus ojos reflejaban un sufrimiento profundo, la impotencia de aquellos que han perdido la esperanza. Alba miró la pantalla, con una sensación de tristeza y angustia.
Volvió su mirada hacia Leo, que seguía sonriendo y saltando, sin entender la gravedad del mundo que veía reflejado su madre en la pantalla. Pellizcó suavemente una de sus lorzitas, le miró a la cara y le habló como si de un adulto se tratara: "Hijo, recuerda esto siempre, esos niños darían lo que fuera por tener un poco de lo que tú tienes ahora, comida, salud, hogar, familia, abrazos, tus risas... Cada día de tu vida tienes que agradecer algo. La gratitud transformará la visión de tu mundo y te ayudará a cultivar y mejorar tu interior".
Mucho poso para un bebé, pero Leo se había quedado quieto durante la reflexión en voz alta de Alba; la miró con fijeza y con sus manitas tocó su rostro cariñosamente. Fue un gesto de agradecimiento, sin lugar a dudas.
Ramón Alfil
Foto: Dr. Lyle Conrad / Libre de derechos

18 julio 2025

La teoría de las confianzas

Un relato de la colección que se convertirá en libro

Akira Takeda se había criado en las afueras en un pequeño pueblo rodeado de minas de carbón, en la Prefectura de Yamaguchi, Japón. Sin amigas, casi siempre iba triste. Siendo la menor de siete hermanos, sus padres no sabían cómo hacer para sacarle la expresión facial. Si bien es cierto que la mirada la había desarrollado de tal manera que era como si hablara sin decir palabras. La madre, con la que más tiempo pasaba la niña, no se preocupaba tanto. La veía feliz, pese a su introversión, y con eso se conformaba. Además, la joven tenía la capacidad de que, cada vez que abría la boca para hablar, se hacía un silencio en toda la casa para escuchar lo que decía. Esto era por dos razones; la primera era porque era tan raro oírla hablar que todos querían escuchar esa voz tan a medio camino entre dulce y misteriosa que tenía. La segunda razón tenía más que ver con la gran capacidad de observación que tenía. Siempre estaba escuchando y aprendiendo y eso, unido al coeficiente intelectual que poseía, la dotaba de una sabiduría con la que cargaba cada palabra que salía de ella. El padre les decía a sus hermanos que tenían que anotar las «verdades de Akira», que era como él llamaba a esas sentencias que ella pronunciaba.

15 abril 2024

Los héroes literarios de "Un libro al día"

Hoy he descubiero el blog Un libro al día, un espacio "sobre libros, escrito por gente que le apasionan los libros".
Es digno de elogio que sus colaboradores estén escribiendo durante más de quince años una reseña diaria, lo que significa para sus lectores la posibilidad de poder leer más de cinco mil crónicas. La longevidad de este blog permite a sus creadores y a quienes lo visitamos vivir en la literatura.
Que cada día se escriba sin ánimo de lucro y la perseverancia, no solo requiere una pasión profunda por la literatura, sino también una dedicación constante y una devoción por compartir cultura con otros lectores.
Estos héroes literarios merecen reconocimiento por su compromiso y su impacto en la comunidad lectora. Alegra comprobar que los viejos blogueros nunca mueren.
Ramón Alfil

La lectura de un libro es un diálogo incesante, en el que el libro habla y el alma contesta. André Maurois.

Fotografía: Voltamax / Libre de derechos .

15 febrero 2023

El Quijote según Gustave Doré

Si a cualquiera de nosotros nos pidiesen que hiciésemos un retrato robot físico de cómo era don Quijote y Sancho Panza, supongo que habría una coincidencia de un 85 % en las descripciones. 
De don Quijote no hay duda, “frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años. Era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro”, pero de Sancho Panza sólo se dice, al final de la primera parte, que era “de cuerpo chico”, nada más, el aspecto horondo con que se le representa viene del subconsciente por ser “gran comilón”.
A la imagen del amo y escudero no cabe duda que contribuyó Gustave Doré. Yo, por mi parte, de la misma forma que el caballero andante imaginaba su mundo, también prefiero imaginarlos tal y como yo los veo, no como otros lo hagan. “Porque has de saber, amigo Sancho, que todas las cosas de este castillo son como de encantamiento”.
Marino Baler

* Marino Baler es colaborador en el Ateneo. Su espacio, aquí.
* Marino Baler es autor del blog "Pensamientos y más cosas".

30 diciembre 2022

¿Y eso para qué?

"El pescador y el empresario"... Cuento o fábula de origen desconocido, aunque predomina la opción de su procedencia brasileña.

Poco más de tres minutos de lectura son suficientes para impulsarnos a reflexionar sobre la ambición, las necesidades y qué es lo prioritario en nuestras vidas.

Dependiendo de lo que uno precise será más o menos esclavo de su existencia, aunque siempre podrá elegir la cantidad de su tiempo que quiere hipotecar.

Un humilde pescador que preguntaba siempre con un "¿y eso para qué?..." hace ver a un próspero empresario que es él quien lleva el traje a rayas y bolas de hierro encadenadas al pie porque busca más de lo que realmente basta.


29 marzo 2022

¡Viajeros y ‘nomófobos’ al tren!

Don Emiliano siempre fue un profesor adelantado al ritmo que marcaba la vida de aquellos felices 70, pero fue dejando la cabeza del pelotón poco a poco con los años, con ese tiempo que nos pasa factura sin distinción de reyes, nobles o vasallos. Entrados de lleno en el siglo XXI el “Tourmalet” tecnológico iba pesando cada vez más en su cuerpo, del reloj digital Casio pasamos todos a pasos agigantados, en pocos abriles, a casi poder ir a tomar café a Marte.
Don Emiliano luce hoy pelo y barba blanca como túnica física de maduración y, a la vez, de experiencia y solera en un hombre que siempre fue honrado, generoso, sincero y leal.
Don Emiliano vino ayer a visitarme en tren; fui de sus primeros alumnos en aquellos 70, lo que da a entender que también estoy en una etapa en la que empieza lo mejor de lo peor, digan lo que digan…
Don Emiliano se mostraba indignado porque en su vagón todos los pasajeros iban enganchados a sus teléfonos móviles con la típica postura de cabeza caída hacia adelante, todos excepto él que disfrutaba del paisaje de naranjos en flor que la ventanilla le brindaba y una señorita bien vestida con una camisa a rayas que leía un libro, tan estática que si no llega a ser por el movimiento de sus dedos al pasar las hojas, el profesor hubiera pensado que era una alucinación.
Don Emiliano estaba acostumbrado a aquellos trenes borregueros en los que la gente miraba por la ventanilla, leía un libro o un periódico, se comía un bocadillo de tortilla fría, se daba teta a un bebé o, simplemente, se ponía a charlar con el vecino.
Cuando le pregunté a Don Emiliano quiénes eran los excéntricos del vagón, si él y la señorita de la camisa a rayas o el resto de pasajeros, no supo contestarme quién iba contra dirección. Yo sí que lo sabía…
Ramón Alfil - En lo mejor de lo peor...

Post scriptum | “La nomofobia (non-mobile-phone-phobia) puede entenderse como un miedo o ansiedad extrema de carácter irracional que se origina cuando la persona permanece durante un período de tiempo sin poder usar su teléfono móvil”.

Imagen: Compartimento C, coche 293 (1938), de Edward Hopper.

14 marzo 2022

Miedo


Y yo sigo teniendo miedo a no tener miedo,
miedo a la puerta que se cierra poniendo final a la visita,
miedo a la única esperanza, a la unívoca verdad de un falso amor,
miedo a la marea de emociones que se lleva las ilusiones,
miedo a la desnudez que muestra lo que no hay,
miedo a la vida sin muerte y a la mente sin alma,
miedo a la guerra, a la violencia, a la inconsciencia,
y yo sigo teniendo miedo a que, sin avisar, hoy no tenga mañana.

Alberto García Santiago
* Alberto García Santiago es colaborador en el Ateneo. Su espacio, aquí.
* Alberto García Santiago es autor del blog "Combatiente literal".

22 febrero 2022

Gracias... merci beaucoup

Lo he leído tantas veces que lo sé de memoria. La primera vez fue en 2006, en la magnífica biografía titulada ‘Ligero de equipaje’ que escribió Ian Gibson sobre el poeta.


La casualidad hizo que en un mes fuese a Collioure por primera vez y estuviese allí, delante de la tumba de Machado y su madre, con ese libro apoyado en el pecho. Era el 9 de julio. No sé si fue suerte o casualidad, pero cuando entré al cementerio no había nadie y tuve la fortuna de estar solo, unos diez minutos, hasta que entraron unos visitantes. Durante ese tiempo pude allí, de pie, frente a la tumba del poeta, recitar en silencio, llorar, trasladarme a Soria, su amada Soria... los sentimientos de aquel día cada vez que llega el 22 de febrero son los mismos; los mismos que tengo mientras escribo esta entrada.
Colliure, 1939. En la noche del 22 al 23 de febrero, las manos de Juliette Figuères se afanan en coser una bandera tricolor: la bandera republicana española que ha de cubrir, al día siguiente, el cuerpo sin vida de un hombre, Antonio Machado, que acaba de fallecer, a las 15:30 horas, después de unos días de agonía, tal día como hoy de 1939. Juliette, que en ese momento tiene 41 años, había sido una de las primeras personas que ayudaron al difunto y su familia cuando arribaron a este hermoso pueblo costero de los Pirineos Orientales franceses, sin que nadie reconociera al famoso poeta.

30 enero 2022

Azorín utilizó las palabras como pinceles para describir la España y los españoles de su época

Hoy me apetecía ver un buen documental...

"José Martínez Ruiz, más conocido como 'Azorín', inventó el nuevo periodismo y revolucionó el lenguaje literario en castellano. Utilizó las palabras como pinceles para describir la España y los españoles de su época. Su pluma se transformó en cámara fotográfica para captar todos los matices de lo que veía, oía y olía. Dio nombre a la Generación del 98, creando una obra literaria que abarca miles de artículos periodísticos, cuentos, novelas, ensayos, crónicas parlamentarias, guías literarias y obras de teatro. El documental 'Azorín. La imagen y la palabra' relata la vida y obra de una figura imprescindible de la Literatura española". Fuente original de este documental.

12 enero 2022

José Luis Garci y Arturo Pérez-Reverte al alimón y un libro... El italiano

El italiano es una novela profundamente "Revertiana", un libro en el que ha rendido tributo a algunas de las pasiones más grandes de su vida: el mar, los libros, la historia, la aventura... Así fue, entre otras aclaraciones, como definió la última obra de Arturo Pérez-Reverte la directora editorial de Alfaguara Pilar Reyes, en un acto que moderó en el Círculo de Bellas Artes de Madrid el 30 de septiembre de 2021.
A título personal pienso que la cúspide de este evento se alcanzó al reunir en cónclave al autor de El italiano y al cineasta José Luis Garci. Dos viejos rockeros como estos garantizaban la catadura de una charla con el resguardo de la hondura. Uno con su fuente de cultura cinematográfica eterna aliñada con la virtud de ser un gran conversador, y otro con ese empaque de hombre curtido en mil batallas y con uno de los mejores manejos de la lengua española que conozco departieron sobre el libro, la vida, cine clásico, costumbrismo, los clásicos y hasta de canallas y bondadosos...
Una charla como esta necesitaba, sin discusión alguna, quedar archivada en el blog. Espero que la disfruten.
Ramón Alfil
literaturaymar_adl

10 diciembre 2021

Desde la oscuridad


Un semblante despojado de perfil,
ronronea entre la niebla de la madrugada,
sosteniendo su mirada febril,
arremetiendo sin sentido contra un alma apenada.

Valiente oscuridad que apaga la verdad,
que calibra el aliento seco de las patrañas,
mutila la esencia de la libertad,
y remueve el pozo negro de las entrañas.

Alberto García Santiago
* Alberto García Santiago es colaborador en el Ateneo. Su espacio, aquí.
* Alberto García Santiago es autor del blog "Combatiente literal".

20 noviembre 2021

Sin ansia de reconocimiento

Tuve en un tiempo un maestro que hoy es mi amigo, eventualidad que se ha robustecido con los años. Aprendo más de él como amigo que como maestro y no porque fuera peor docente que compañero, sino porque la sazón de mi entendimiento ha mejorado mucho desde mi época juvenil a hoy.
Ha sido profeta en su tierra, casi sin quererlo porque, como me ha comentado más de una vez, no puso la mano ni el culo. Es un caso poco común que alguien con carencia de ansia de reconocimiento llegue a ser un peso pesado en su pueblo natal.
Hoy disfruta con dignidad contemplando la vida desde una atalaya distanciada de la incertidumbre que rodea al ser humano y alejado del mundanal ruido en una gran urbe, por incongruente que parezca.
Atrás quedan los pueblos que empobrecen y envilecen porque están llenos de vanidad de vanidades, atrás queda el absurdo del placer mundano de ser reconocido y atrás quedan los pensamientos de un sábado otoñal como hoy.
Ramón Alfil - En lo mejor de lo peor...

Foto: Jeune homme à sa fenêtre, obra de Gustave Caillebotte (1848 - 1894)