A veces la realidad se empeña en sacarnos del ostracismo este en el que estamos inmersos. Andamos todos tan cómodamente agobiados con nuestras pandemias y nuestras vacunas, metidos veinticuatro horas al día pensando en como regodearnos en nuestra mala suerte y descansando si eso un ratito para ver cómo la justicia aparta a Toni Cantó de la lista de las elecciones esas que parece que vayan a curarnos a todos. Ya ves tú, una persona tan comedida, inamovible en sus convicciones y dispuesta a hundirse con sus siglas… total por un asuntillo de empadronamiento en una comunidad… total por abandonar otra en la que era parlamentario… que cosas veremos, fíjate. Bueno, como decía, hay veces en las que la realidad se empeña en golpearnos con tal fuerza que nos hace caer de nuestro cómodo sofá pandémico y nos incrusta una imagen imposible de olvidar y si el golpe te lo proporciona la foto de un niño, todavía más. No han sido más que unos cuantos segundos pero suficientes para espabilar y ver que, a pesar de todo seguimos en la parte privilegiada del barrio. El mundo sigue igual y hay gente a la que las catástrofes inenarrables nuestras de este año no le resulta tan importante.
Andaba yo trajinando por la cocina en la que el año pasado perpetraba pasteles y panes con harina de contrabando cuando se metió, entre vacuna y vacuna, un crío nicaragüense de unos 10 años, llorando a moco tendido en por el desierto de Texas, mientras pedía ayuda a un policía de fronteras. Subí el volumen de la tele y lo que contaban que había andado durante horas por el desierto del Far West aquel de John Ford y John Wayne. Estaba solo, abandonado por el grupo con el que pasó, de estranjis la frontera con Estados Unidos buscando una oportunidad con la que intentar salir adelante dejando atrás algo que ni siquiera podríamos calificar de vida a pesar de que se nos llene la boca pregonando nosequé de los Derechos del Niño.
Llámame sentimentaloide pero aquél vídeo me tocó la fibra esa que ya creía muerta y enterrada hacía siglos. Me saltó a la cabeza la imagen de mis hijos andando por ese desierto intentando sobrevivir y se me despertó el corazón ese que llevamos adormecido durante un año ya. Volví a poder ver un poco más allá de nuestra propia hipocresía egocéntrica en la que andamos inmersos, en la que nuestro problema con AstraZeneca es lo único que nos importa y nos impide levantar la vista y ver como los problemas siguen, el mundo gira y olvidamos cosas tan importantes como los miles de niños que suplican ayuda en cualquier carretera o los que malviven en campos de refugiados sin ninguna oportunidad.
Salva Colecha
* Salva Colecha es colaborador en el Ateneo. Su espacio, aquí.
* Salva Colecha es autor del blog "En zapatillas de andar por casa".