La música nos envuelve desde antes de nacer, los bebés que todavía se encuentran en el vientre materno ya pueden escuchar, además de la voz de su madre mientras canta, la música que ella misma escucha. Las nanas nos acunan desde la más tierna infancia. El abecedario y las tablas de multiplicar se aprenden mejor si son entonadas y rítmicas. Nos reconocemos en nuestro grupo de amigos durante la adolescencia a través de nuestros artistas preferidos. Elegimos una canción para nuestro primer amor y otra para nuestro primer adiós. La música crece con nosotros y nosotros crecemos a través de ella como personas, en la música como en la VIDA todo está relacionado.
Las composiciones musicales generan cambios fisiológicos en nuestro sistema nervioso autónomo tales como: amplifica la sensación cutánea, baja la temperatura corporal, el ritmo del corazón aumenta, la respiración se acelera… a nivel cerebral produce sensaciones gratificantes. La experiencia personal ante la misma pieza musical puede ser vivida de forma distinta, da igual el género al que pertenezca, lo que importa es la estructura musical que la conforma. El disparador de nuestras emociones tiene que ver con la introducción de un instrumento nuevo en la composición o cuando el volumen se atenúa o acentúa de forma imprevista, como elemento sorpresa. Es ante este hecho que el núcleo accumbens se vuelve más activo, llegando a liberar neurotransmisores como la Dopamina, conocida como la hormona de la Felicidad, de forma natural en el torrente de nuestra actividad cerebral.