"Que sí, que sí que lo de la guerra en Ucrania es mentira! ¿Las fotos? Nada, un montaje para hacernos tragar más recortes de Derechos, como ya hicieron con el virus y las mascarillas". Te juro que el otro día me encontré a uno diciendo esto en el café. Paco y yo lo mirábamos alucinados desde la mesita del fondo, ya sabes, la que tiene la luz estropeada. Es como si de verdad pensase que todos los que van a la guerra para contarnos lo que ocurre pretendiesen engañarnos, alguno habrá pero la inmensa mayoría ya te puedo asegurar que no y además muchas veces se quedan cortos contando atrocidades porque la guerra es eso, un rosario de atrocidades sin sentido. Cuando apareció aquél sujeto justamente estábamos hablando sobre que a nuestra ciudad habían llegado una familias de refugiados y el crío de una de ellas había empezado a ir al cole con la hija pequeña de mi amigo. Parece que lo que contaba el niño en clase no era cosa de un guion de películas precisamente, y además, actores no parecían las personas que llegaron, con lo puesto, en un autobús el otro día. Me parece que cada vez tenemos más víctimas de la locura esta que todo lo invade.
De hace una pandemia para acá parece que la ironía de la evolución haya rizado el rizo con una subespecie nueva de humanos “el homo negator”. Estos son capaces de negarlo todo, hasta que el agua moja. Son personas que aparentan ser normales, están en todas las profesiones, los hay hasta cantantes. Se mimetizan con el entorno hasta que empiezan a cuestionarlo todo son como los asesinos programados esos de películas policíacas que viven como un vecino normal hasta que oyen la palabra clave y se transforman. Solo que los negacionistas van últimamente a escape libre y ya lo han inundado todo, hasta niegan que la tortilla de patatas con cebolla sea tortilla. Vale, cuestionarse las cosas es saludable, tampoco es plan de ir creyendo que un burro vuela o que la extrema derecha es la solución para los currantes. Pero cuando se deja a Santo Tomás a la altura del pardillo del barrio igual la cosa se nos ha ido de madre. Hemos pasado de creer en los Reyes Magos a cuestionarse hasta si el suelo que pisamos es sólido.
Es gente que cuando se sienta en su casa a ver las noticias desconfía hasta del televisor. Para ellos todos mienten, todos engañan, el mundo tiene mala fe y conspira para tomarles el pelo. ¿Un poco psicótico, no? Paco, que no sabe callar, se acercó al espécimen y le dijo “Oye, ¿Y si te pillas un vuelo, te acercas donde los tiros, vuelves y nos lo cuentas? Nada, que no hubo manera, en sus trece, empeñado en que todo era trola. Igual que Groucho Marx cuando decía aquello de “¿Y usted a quién va a creer, a mí o a sus propios ojos?” Igualito, igualito.
Llámame negacionista a mí también pero creo que nos mienten, que nos mienten todos los que niegan las obviedades. Los que se montan su historia a su gusto y no son capaces de escuchar a nadie. No se, muchas veces me parece que voluntariamente o no, se dedican a intoxicar, a despistar, a crear confusión hasta que Putin venga y les diga que se ha liado una buena. No se, resulta imposible que en un mundo interconectado y alborotado como este quede alguien que no haya sentido la sensación rara que tengo ahora mismo. El cielo está plomizo, el día apagado y tengo el extraño palpito de que mientras yo junto estas letras igual alguien está escribiendo el inicio de una III Guerra mundial. El anuncio de la posible entrada en la OTAN de Suecia y Finlandia no ayuda a tranquilizar el ambiente. Eso ya lo dirán los libros de historia en un futuro. Espero que eso no sea así aunque estoy seguro de que algunos llegarían a negar la existencia de los tanques cuando aplastasen sus casas.
Salva Colecha
* Salva Colecha es colaborador en el Ateneo. Su espacio, aquí.
* Salva Colecha es autor del blog "En zapatillas de andar por casa"
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