Lo he leído tantas veces que lo sé de memoria. La primera vez fue en 2006, en la magnífica biografía titulada ‘Ligero de equipaje’ que escribió Ian Gibson sobre el poeta.
La casualidad hizo que en un mes fuese a Collioure por primera vez y estuviese allí, delante de la tumba de Machado y su madre, con ese libro apoyado en el pecho. Era el 9 de julio. No sé si fue suerte o casualidad, pero cuando entré al cementerio no había nadie y tuve la fortuna de estar solo, unos diez minutos, hasta que entraron unos visitantes. Durante ese tiempo pude allí, de pie, frente a la tumba del poeta, recitar en silencio, llorar, trasladarme a Soria, su amada Soria... los sentimientos de aquel día cada vez que llega el 22 de febrero son los mismos; los mismos que tengo mientras escribo esta entrada.
Colliure, 1939. En la noche del 22 al 23 de febrero, las manos de Juliette Figuères se afanan en coser una bandera tricolor: la bandera republicana española que ha de cubrir, al día siguiente, el cuerpo sin vida de un hombre, Antonio Machado, que acaba de fallecer, a las 15:30 horas, después de unos días de agonía, tal día como hoy de 1939. Juliette, que en ese momento tiene 41 años, había sido una de las primeras personas que ayudaron al difunto y su familia cuando arribaron a este hermoso pueblo costero de los Pirineos Orientales franceses, sin que nadie reconociera al famoso poeta.