Un viaje de descubrimiento a través de las islas Jónicas de Grecia
La etiqueta "Rincones del mundo" me traslada a esos lugares en los que uno quisiera perderse. Hoy, sentado en la mesa del ateneo, con un simple clic, un documental me lleva a las islas Jónicas de Grecia. La exuberancia floral de Corfú, el mar limpio, las colinas verdes, los seres mitológicos griegos, el refugio de tortugas casi extintas, barcos naufragados, o una puesta de sol sobre el mar Jónico son solo algunos de los aspectos de este rincón onírico del mundo.
Henry Miller escribió en 1941 un recomendable libro de viajes titulado El coloso de Marusi. Dejo aquí uno de sus fragmentos como complemento al documental.
Al día siguiente decidí coger el barco para Corfú, donde me esperaba mi amigo Durrell. Salimos de El Pireo sobre las cinco de la tarde, cuando el sol todavía quemaba como un horno. Cometí el error de sacar un billete de segunda clase. Cuando vi subir a bordo los animales, los colchones y ropas de cama, todo el inverosímil galimatías que los griegos llevan consigo en sus viajes, me di prisa en pasarme a primera clase, que sólo es un poco más cara que la segunda.
Salvo en el Metro de París, nunca había viajado en primera clase, y eso me pareció un verdadero lujo. El camarero pasaba continuamente con una bandeja llena de vasos de agua. Y ésa fue la primera palabra griega que aprendí: nevó (agua). ¡Qué hermosa palabra! Se aproximaba la noche; las islas emergían en la distancia, flotando siempre sobre el agua, sin descansar en ella. Aparecieron las estrellas con magnífico brillo, y la brisa era suave y fresca. Comencé a sentir en seguida lo que era Grecia, lo que había sido y lo que siempre será incluso si tiene la desgracia de ser invadida por turistas americanos. Cuando el camarero me preguntó qué deseaba comer, cuando más o menos entendí lo que había para cenar, casi me desmayo y me echo a llorar. Las comidas en un barco griego producen vértigo.
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