Procesión de disciplinantes || Francisco de Goya
No es la primera vez (y quizá tampoco será la última) que he dicho que no soy creyente y que cuando cumplí los 30 años me hice apóstata, es decir, renuncié al bautismo por haber sido algo que yo no elegí y que oficialmente no pertenezco a la Iglesia Católica.
En mi defensa tengo que decir que mi vida tampoco ha cambiado de estar bautizado a renunciar a ese sacramento; no creo que unas creencias te conviertan en mejor o peor persona. A lo largo de los años me he cruzado con personas creyentes que me llenan de esperanza; quiero decir que si esas personas van a un supuesto paraíso yo, siendo ateo, ya tengo la plaza segura desde hace mucho tiempo.
Pero mi ateísmo no me impide disfrutar de todo lo que significa aquello que de material tiene relación con la religión. Es decir, disfruto enormemente en una iglesia, catedral o monasterio… puedo estar horas admirando esos edificios y observándolos, sintiendo sus piedras.
Con la Semana Santa me ocurre lo mismo. Esas figuras de las cofradías me parecen fantásticas. En este caso todo va relacionado. Imágenes y edificios. Escultura y arquitectura.
El origen de un edificio religioso es evidente y particularizar sobre el tema no es el motivo de esta entrada, de lo que aquí se trata es del origen de las procesiones de Semana Santa.
Estas provienen del siglo XVI, cuando España era la defensora de la cristiandad frente a los turcos, árabes y protestantes. El país más poderoso del mundo en aquel momento estaba sustentado por una fuerte influencia eclesiástica (no olvidemos las guerras de religión de ese siglo).
En aquellos tiempos eran representaciones teatrales que se celebraban en los pórticos de las iglesias y que debido a los altercados que se producían se sustituyeron por figuras de madera vestidas con tela (lo que hoy llamamos imaginería). Es ese el motivo por el que las figuras tienen una gran influencia barroca (incluso las actuales), por la tendencia cultural que existía en aquel siglo. El acto de procesionar no es más que la imitación de los últimos días de Jesucristo, desde la santa cena hasta su resurrección.
Pero sin duda alguna, el verdadero impulso a las procesiones fue en el siglo XVII. Como he dicho al principio, España era la primera potencia mundial y el mayor imperio de la época; un país al que no había que derrotar sólo militarmente, también con la religión. Como paladines del catolicismo estaban enfrente los protestantes surgidos por la Reforma de Martín Lutero. Fue por ello, en lo que se conoce como Contrarreforma, cuando al verse amenazado el poder eclesiástico pidió a los creyentes exteriorizar la fe, por lo que aunque ya existían procesiones se intensificaron mucho más, por este motivo se extendieron en todo el estado español y el resto del imperio (y todavía perduran en la actualidad).
Si hoy en día hay escenas de gente que nos parecen exageradas en aquellos tiempos lo eran todavía más, ya que era habitual que procesionasen disciplinantes que se flagelaban durante el recorrido, incluso gente que se dejaba crucificar, buscando la salvación a través del dolor, lo que se convertía en verdaderas carnicerías. Fue Carlos III, en el siglo XVIII, el que prohibió estas prácticas tan extremas y las procesiones quedaron reducidas a imágenes acompañadas por cirios y antorchas. Más tarde, a finales del siglo XIX se introdujeron los tambores y bandas de música, tal y como lo conocemos en la actualidad.
Como he señalado anteriormente, mi ateísmo no me impide reconocer que estoy ante verdaderas obras de arte y, también, de un pedazo de historia. Incluso, creo, que la gran mayoría de personas que salen en las procesiones, hacen las cosas sin preguntarse porqué lo hacen. Lo dicho, si otros entran en el supuesto paraíso yo creo que no tendré problemas.
Marino Baler
* Marino Baler es colaborador en el Ateneo. Su espacio, aquí.
* Marino Baler es autor del blog "Pensamientos y más cosas".