¿Es el “hambre” algo que todos, debido a nuestra biología como seres humanos, hemos experimentado alguna vez o es, por el contrario, una condición que, como sociedad privilegiada que cuenta con un acceso seguro a los servicios básicos, nunca llegará a experimentar? Ésta es una pregunta que nunca me había planteado hasta que comencé mi aventura en Acción contra el Hambre como voluntaria de comunicación de la Unión Europea. Solo han transcurrido unos pocos meses en terreno, sobre todo de adaptación, pero ya he podido darme cuenta de que estoy aprendiendo grandes lecciones, también a nivel personal.
Un suceso en concreto me condujo a reflexionar acerca de una idea errónea muy común en nuestra sociedad de la que no era consciente pero que ahora resulta obvia para mí. Durante un viaje de vuelta a Beirut, conocí a dos chicos en el aeropuerto con los que compartiría avión. Lo que comenzó como una charla trivial para matar el tiempo, terminó en todo un debate sobre la pobreza y el hambre desde que se interesaron por mi trabajo en la organización. La conversación estaba resultando interesante hasta que uno de ellos insistió en que no existe “hambre” como tal en el Líbano ya que “esto no es África, pues todo padre y madre puede, al menos dar un manoush (típico desayuno callejero libanés que consiste básicamente en pan sazonado con especias) a sus hijos cada día”. No salgo de mi asombro desde el momento en que escuché estas palabras.