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06 septiembre 2025

El Galmesano y un compañero de barra salmantino


El paseo del atardecer tuvo como destino final “mi” taberna gallega, todo un altar de la gastronomía galaica. Suele ser el remate de mis caminatas junto al mar, bien para saludar a Eladio e Inés, sus propietarios, bien para cenar una tabla de quesos gallegos con un par de anchoas del Cantábrico.
Eladio me comentaba que el Galmesano había conseguido una medalla de oro en la categoría de mejor queso de vaca curado. Intervino en la conversación un cliente que se encontraba cerca de nosotros, en la misma barra. Era salmantino, como averigüe después, de complexión robusta y con una voz grave que resonaba con la cadencia perfecta del castellano bien hablado, tan característico de algunos lugares de Castilla y León. Vestía una camisa informal y pantalones cortos, un atuendo adecuado para la estación veraniega que se despedía con sus últimos coletazos de calor.
Mi conexión fugaz salmantina puntualizó algo con lo que yo coincidía.
—Es difícil creer que el queso Galmesano sea de leche de vaca, su sabor y textura quebradiza me recuerdan a un buen queso de oveja curado.
Este comentario abrió la puerta a un apasionado debate sobre la diversidad quesera de España. Hablamos de la intensidad de los quesos azules, de la sutileza del Queso de Tetilla, de la robustez del Idiazabal y mencionamos la omnipresencia del Manchego como un clásico insustituible. Lamentamos también la poca atención que a menudo se presta a algunos quesos como al Mahón, un queso menorquín con una personalidad única; o al queso de Tronchón, con ese sabor intenso de los productos del interior de Teruel. Cada queso era un universo de matices, un reflejo de su tierra y tradición. Para acabar de honrar al queso, mi compañero de barra sentenció con una máxima del refranero español: “en una buena comida, el queso es el mejor complemento y en una mala comida el mejor suplemento”.
Fue un encuentro fugaz, una de esas conexiones inesperadas que enriquecen la rutina. Me pregunto si volveré a cruzarme con este salmantino en la barra de “mi” taberna gallega. Si el destino lo permite, sin duda, compartiremos una buena tabla de quesos, con una ración especial y generosa del fascinante Galmesano.
Ramón Alfil

Fotografía: tabla de quesos gallegos. Taberna Gallega, Oropesa del Mar (Castellón)

Conexiones fugaces
Mis lectores ya conocen que considero una conexión fugaz a aquella persona o ser vivo con la que comparto tan solo unos minutos o unas horas de mi existencia y que quizá no vuelva a ver, o sí…
Con ellos se produce una química instantánea y una misma longitud de onda que conducen a una sensación de familiaridad.
Suelen producirse si estamos emocionalmente disponibles en busca de algo nuevo, son parte de la cotidianidad humana que algunos dejan pasar de largo y otros recuerdan o, como es mi caso, escriben para que perduren.