Podría no escribir en términos individuales ni personales, sino de los partidos que forman el espectro político español; pero es imposible, no puedo hacerlo, ya que si esos partidos están ahí es porque hay unos responsables que son los que quieren que estén. Todos ellos (los hunos y los hotros, como dijo Unamuno) hacen que vivamos inmersos en la mentira de la democracia; una democracia basada en el dinero, intereses bancarios, empresariales, partidistas y religiosos.
A la mayor parte de nosotros nos martirizan día y noche con sus lenguajes torticeros, farsantes, más propios de telenovelas que de la política, en sus ansias burocráticas de ocupar las parcelas de poder que se les concede.
Las derechas. Palabra que no puede aplicarse a quienes hoy la usufructúan en España. Porque lo lógico sería denominarlos: los neofranquistas, acomodados con nuevas formas -el desarrollo económico- pero sin perder sus orígenes, los de las atrocidades del franquismo que ellos se niegan a condenar. En cuanto a su actuación pública también se muestran herederos suyos: en la corrupción, en la ideología totalitaria, en su amparo del catolicismo eclesial, desde la educación a la vida cotidiana, en la dependencia de los neoliberalismos económicos, militares, hasta culturales, lacayos pues ayer y hoy. Y no dudan en acomodar, dentro de los límites que les permiten las leyes, la justicia, la censura, la información y sus medios comunicativos y festivos embrutecedores, a sus intereses.
Y las izquierdas. Partidos acomodados al juego y la farsa democrática que contribuyen al mantenimiento del sistema. Cierto es que no pudo por menos que mejorar sus aspectos sociales, no en la diferencia de clases, que siguen existiendo, una cada vez más amplia y limitada en su ‘bienestar’, otra cada vez más reducida pero poderosa en su riqueza y nivel de vida. Pero abdicaron de cualquier programa revolucionario y aceptaron la violencia del poder; violencia como patrimonio de un Estado que la emplea gracias a las leyes que a sí mismo se da contra aquellos que en un momento determinado, por diversas circunstancias, no puede cumplir con sus obligaciones tributarias. Contribuyen así a mantener ese poder durante años y años sin que las izquierdas intenten imaginativa y colectivamente transformarlo, resignándose a su pasividad y aceptando las políticas que les imponen no ya desde su Gobierno, sino la de los bancos y oligarquías.
Lo malo de todo esto es cuando te sientes engañado, como a mí me ha ocurrido. Siempre he tenido claro que no iba a votar a un partido de derechas (el PP), por eso siempre he votado a las izquierdas o a lo que yo, en mi inocencia, creía que lo eran. Si se me permite la expresión, la hostia que me he llevado ha sido tan grande que me da todo igual; sería como cuando crees que tu matrimonio es ejemplar, que tu mujer e hijos te aman, pero te enteras que tu mujer hace 5 años que tiene un amante y tus hijos, que has estado educando y preocupándote por ellos, no son tuyos. Algo así me ha pasado con lo que llamamos en este país ‘izquierdas’. Que te engañe alguien en quien no confías te da lo mismo, que te engañe alguien en quien crees es cuando te sientes tocado.
Cuando escucho hablar a gente que saca la bandera de las izquierdas y presumen de serlo, mientras los escucho no puedo evitar pensar, ¿yo era igual que ellos? Y analizas… y escuchas… y… no... si ellos son de izquierdas yo no lo soy, o si ellos no lo son yo lo soy, ergo yo no puedo votar a los mismos partidos que ellos votan, tengo que votar a otros diametralmente opuestos.
Esto me recuerda a una reflexión de Kafka:
“Que gente más resignada. Acuden a nosotros a suplicar.
En vez de asaltar el edificio y hacerlo todo añicos, vienen a suplicar”.
A veces surgen movimientos renovadores que pretenden ser revolucionarios. No tardan los más oportunistas incrustados en ellos en acomodarse a sus fines que lentamente, –la acción es ahora elección-, elección tras elección, se van amoldando a aquellos que criticaban y contra los que surgieron y por los movimientos no de partidos fueron apoyados. Hasta que el Congreso se convierte en una nueva televisión mediática y esperpéntica donde más que las ideas importa la representación.
Paso de la repugnancia que me producen Casado, Arrimadas, Gamarra, Álvarez de Toledo, Maroto… hasta el rechazo ético y lingüístico de Sánchez, Echenique, Marlaska, Montero…
Sinceramente, lo tengo bastante jodido para votar. Siempre lo he hecho con el corazón y me han traicionado… las próximas lo haré con la cabeza, aunque sea tapándome la nariz. Como dijo el gran Labordeta: “¡A la mierda!”
Marino Baler
* Marino Baler es colaborador en el Ateneo. Su espacio, aquí.
* Marino Baler es autor del blog "Pensamientos y más cosas".