El Adagio para cuerdas (1938) es una obra musical de las que me llevaría a una isla desierta sin dudarlo. Samuel Barber, su compositor, lamentó siempre que su creación fuera asfixiada en funerales y recordatorios. No pudo luchar contra esa corriente, era más impetuosa que su propio estímulo de respuesta. Hasta tal punto llegó su obsesión que, según Almudena Martín Castro, "Barber pidiese excluirlo de su propio funeral. Carlo Menotti, su pareja de toda la vida, se aseguró de que así fuera: durante la ceremonia sonaron corales de Bach, otras obras de música vocal de Barber, un madrigal del propio Menotti… ni rastro del Adagio".
El Adagio para cuerdas es un itinerario constante de elevación del espíritu en el espacio, una línea continua armoniosa, dulce... Su encasillamiento necrológico es un grave error.
Ramón Alfil
Una noche de verano en Viena es el mejor escenario para escuchar el adagio de Barber. Interpreta la Orquesta Filarmónica de Viena, dirigida por Gustavo Dudamel y con la pianista Yuja Wang como solista.
Detalles y caprichos del Adagio para cuerdas, de Samuel Barber
En enero de 1938, Barber envió la pieza a Arturo Toscanini. El director devolvió la partitura sin comentarios, y Barber se molestó y evitó a este director. Posteriormente, Toscanini hizo saber a Barber, a través de un amigo, que tenía previsto interpretar la obra y que la había devuelto por el simple hecho que ya la había memorizado.
En 2004, la obra maestra de Barber fue elegida como la «obra clásica más triste», por los oyentes del programa BBC's Today.
La pieza acompañó el anuncio radiofónico de la muerte de Franklin Delano Roosevelt y también una ceremonia celebrada en el World Trade Center para conmemorar la pérdida de miles de personas en los ataques del 11 de septiembre de 2001.
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