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01 agosto 2025

La urna en disputa: cuando votar no implica cambio alguno

 "Una de las penas por rehusarse a participar en política 
es que terminarás siendo gobernado por tus inferiores."
Platón, La República, Libro I

 


Hoy quiero invitarlos a reflexionar en torno a un fenómeno recurrente en las democracias occidentales, a saber, la ilusión de una política decadente que ha logrado con éxito que ningún voto rompa ninguna cadena. La creencia inquebrantable en el sufragio como catalizar de un cambio profundo define una de las grandes ficciones perversas de nuestro tiempo. En los gobiernos no dictatoriales, millones de ciudadanos acuden a las urnas con la esperanza de que su voto, individual o colectivo, transforme las estructuras de poder y mejore sus vidas. Sin embargo, un examen crítico de las últimas décadas revela una realidad desoladora: los problemas estructurales persisten y, en muchos casos, se agudizan, independientemente de quién sea el degenerado de turno al que le toque asumir el poder. Esta desconexión entre la expectativa democrática y la realidad política nos invita a una profunda crítica filosófica sobre la naturaleza de nuestra participación cívica y la verdadera capacidad de incidencia del voto en un sistema que, lejos de evolucionar, parece haberse instalado en una decadencia persistente y cada vez más putrefacta.

Tengamos en cuenta que el acto de votar se ha consolidado como un ritual sagrado, una catarsis colectiva que valida la legitimidad de un sistema. Desde la niñez, se nos inculca que la democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, y que nuestra participación electoral es la máxima expresión de soberanía. Pues bien, amigos míos, esa narrativa oculta una trampa fundamental: la reducción de la política a la mera gestión administrativa y la perpetuación de un statu quo que beneficia única y exclusivamente a las élites.

Ya en la antigüedad, Platón nos advertía sobre las consecuencias de la apatía política. En su célebre obra La República, si bien criticaba a la democracia ateniense por sus excesos y su susceptibilidad a la demagogia, también subrayaba la responsabilidad de los ciudadanos. A él se le atribuye la sentencia que versa: “Una de las penas por rehusarse a participar en política es que terminarás siendo gobernado por tus inferiores” (Platón, La República, Libro I, 347c). La ausencia de ciudadanos virtuosos en la vida pública, para Platón, abre la puerta al ascenso de aquellos menos capacitados o éticos, nada más cercano a lo que podemos observar en la actualidad, donde nos encontramos con bestias analfabetas y bruscas ocupando ministerios, secretarías y, en más de una ocasión, gobernaciones e incluso presidencias de la Nación.

17 julio 2025

Irán e Israel: ¿hay lugar para el perdón?

"El único camino para escapar de esta irrevocabilidad de la acción 
y la irreversibilidad de todo lo que sucede es la facultad de perdonar”
Hannah Arendt, La condición humana, 2005, p 287.

Es sabido que la capacidad de perdonar, y de ser perdonado, se ha erigido a lo largo de la historia como una de las virtudes humanas más complejas y, a menudo, más esquivas. Antes de que la filosofía moderna se adentrara en sus profundidades, las tradiciones religiosas ya habían establecido el perdón como un pilar fundamental de la ética y la coexistencia. En la concepción judeocristiana, el perdón no es meramente una opción, sino un imperativo que conecta lo divino con lo humano de manera inexorable, nos guste o no.

Puntualmente, en el judaísmo, la teshuvá (el arrepentimiento y el retorno) es un proceso activo que culmina en la búsqueda del perdón, tanto de Dios como de la persona agraviada. El Yom Kipur (“Día de la Expiación”), es la expresión cúlmine de esta búsqueda personal y colectiva de reconciliación. Por su parte, el cristianismo eleva el perdón a la piedra angular de su mensaje: la figura de Jesús de Nazaret enfatiza no sólo la gracia divina del perdón, sino también el mandato ineludible de perdonar al prójimo, incluso a quienes nos han infligido un daño profundo. La oración del Padre Nuestro, en su súplica “perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”, encapsula esta interdependencia existencial. Pues bien, en estas tradiciones el perdón es visto como un acto de liberación del rencor y una vía para la restauración de la comunidad y del individuo con lo trascendente.

05 julio 2025

¿Y si dejamos de ser tolerantes con los imbéciles?

Imagen GDJ / Pixabay / Libre de derechos

"La tolerancia llegará a tal nivel que a las personas inteligentes 
se les prohibirá pensar para no ofender a los idiotas"
Fiódor Dostoyevski

Para adentrarnos en la crítica a la tolerancia a la imbecilidad, es fundamental delimitar el concepto que nos ocupa. El término “imbécil” proviene del latín “imbecillus”, que significa “débil”, “sin báculo” o “sin apoyo”. Originalmente, se refería a una debilidad física o mental general, a alguien que carecía de la fortaleza para sostenerse por su cuenta. Con el tiempo, su significado evolucionó para designar a una persona de entendimiento limitado, con escaso juicio o sensatez, o que se comporta de manera necia. En el contexto de este artículo, no aludimos a una condición clínica o un juicio de valor inherente a la persona, sino a la manifestación de opiniones infundadas, irracionales o perjudiciales que carecen de sustento lógico o empírico, y que, por su naturaleza, no pueden “sostenerse” por sí mismas ante el mínimo escrutinio de la razón.
En la compleja trama de la posmodernidad, nos enfrentamos a un desafío paradójico: mientras que se predica una tolerancia irrestricta, se desdibuja la línea entre la diversidad de pensamiento y la validación acrítica de la imbecilidad. La noción de que “todas las opiniones son igualmente válidas” ha permeado el discurso público, generando un relativismo epistemológico que amenaza los cimientos de la razón crítica y la búsqueda de la verdad. Pues bien, hoy intentaremos sostener que la regla de demarcación de la tolerancia debe ser la razón, la objetividad y la sensatez, y no una aceptación indiscriminada que diluye el rigor intelectual.
El auge de la posverdad, un fenómeno intrínsecamente ligado a la posmodernidad, ha erosionado la confianza en los hechos, la experiencia y la experticia. Las “narrativas” y “percepciones” a menudo se equiparan con la realidad, y la subjetividad se eleva a la categoría de verdad. Este clima no ha hecho otra cosa que propiciar la proliferación de la imbecilidad, entendida no como una deficiencia intelectual inherente, sino como la manifestación orgullosa de portar opiniones infundadas, irracionales o perjudiciales, disfrazadas de “perspectivas alternativas”.

23 junio 2021

Pablo d’Ors: “Se ha inventado la meditación porque no sabemos estar sin hacer nada”

 Citas de Pablo d'Ors

Si aprendemos a actuar un poco más lentamente encontraremos un camino hacia la plenitud.
Hay que domesticar la zozobra interior.
Si no nos miramos no nos conocemos. Hay que saber estar con uno mismo.
Lo que más necesitamos es descansar, si no estamos descansados no podemos disfrutar.
El miedo al disfrute es el hijo del miedo a la libertad.
Disfrutar es comulgar con la realidad.
¿Qué hacer? No hacer...
El silencio es la escucha del sonido del mundo.
El verdadero desafío es aprender a escuchar sin cargar la situación intelectual o emocionalmente.
Escuchar es quitarse de enmedio uno mismo.
El dolor es nuestro principal maestro.
La felicidad no se consigue sin un cultivo de uno mismo.

Cadena de lecturas y espacios

15 marzo 2021

Mario Alonso Puig: “Tropezamos varias veces con la misma piedra por falta de humildad”

 

Citas del doctor Mario Alonso Puig

En todo ser humano hay potencial y grandeza, pero no se mostrará si no tiene un espacio de oportunidad.
La motivación es lo que nos mueve a la acción.
Si en la vida no hubieran retos sería muy aburrida.
Gandhi... Su simple presencia ya movilizaba.
Nunca hay que dar a nadie por perdido, el ser humano siempre nos va a sorprender.
La clave de todo es querer. Y creer...
Una persona que no sepa resolver conflictos es difícil que progrese en la vida.
Las personas, muchas veces, no cambiamos porque no se pueda cambiar, sino porque no estamos dispuestos a hacer lo que hay que hacer para cambiar.
Tropezamos varias veces con la misma piedra por falta de humildad.

Cadena de lecturas y espacios

19 febrero 2021