Los nuevos análisis de los datos que la sonda Cassini envió antes de finalizar su misión en 2017 han revelado algo muy curioso. Entre las diminutas partículas de hielo y vapor que surgen de los géiseres del polo sur de Encelado se han identificado moléculas orgánicas complejas. Ésteres, éteres y compuestos que podrían tener relación con la química previa a la vida. Además, en esos chorros también se ha detectado fósforo, un elemento esencial para los organismos vivos tal como los conocemos en la Tierra.
Cada vez resulta más difícil mirar a Encelado y no imaginar que, bajo su superficie, en las profundidades oscuras de su océano salado, podría estar ocurriendo algo… Un lugar donde el calor interior del núcleo rocoso calienta el agua, donde las reacciones químicas podrían alimentar formas de vida microscópicas.
Todo esto ha reavivado el interés científico por enviar una nueva misión a este pequeño mundo. En el Jet Propulsion Laboratory de la NASA se está estudiando un ambicioso concepto llamado Orbilander. La idea es sencilla y a la vez monumental: una nave que primero orbite Encelado, atraviese sus chorros de hielo y después descienda suavemente sobre su superficie para analizar de cerca los materiales recién expulsados desde el océano interior.
Si esta misión sigue adelante, el lanzamiento podría producirse hacia finales de la década de 2030, posiblemente en torno a 2038. El viaje sería largo, alrededor de diez o once años hasta alcanzar Saturno y después Encelado. Una travesía de paciencia y precisión por las frías regiones exteriores del sistema solar. Los instrumentos científicos de la nave serían capaces de estudiar directamente los compuestos orgánicos, las sales, los minerales y, quién sabe, tal vez hasta rastros biológicos.








