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31 agosto 2025
El suspiro agitado del mar
22 agosto 2025
¡Buen viento y buena mar!
Matías conocía cada centímetro del
puerto de Marinabrava, era su segunda casa, ese día se sentó en la parte
superior ensanchada de un noray, ese bolardo fijado a los muelles que sirve
para amarrar barcos, negro y algo oxidado por el tiempo. Con parsimonia, asentó
con sus huesudos dedos el tabaco que prendió en una pipa de madera vieja, ya
ennegrecida tras las caladas de muchos años; el humo dibujaba en el aire círculos
que iban deformándose mientras ascendían. Aquel noray era su particular patio
de butacas desde el que tantas veces había sido espectador de, para él, uno de
los mayores espectáculos que se pueden ver: el desatraque de un barco mercante.
Acompañado por una gaviota
desconfiada que lo miraba reojo, Matías observaba, a lo lejos, los pasos
meticulosamente coordinados entre el puesto de mando del barco mercante y dos
remolcadores: uno en proa y otro en popa. Los remolcadores, diminutos ante el
gigante de mar, parecían insectos trabajando contra una fuerza mayor, y, sin
embargo, cada movimiento era una coreografía exacta que iba tirando del buque,
de origen chipriota, hacia la parte central del puerto, todo de manera muy
lenta, laboriosa, perfectamente planificada. Para él, ese momento era pura
emoción ver la partida de ese mercante, esa pequeña ciudad flotante en la que
se cumplían leyes marinas y se
respetaban jerarquías.
En la proa llegó a vislumbrar a dos de los tripulantes que se abrazaron para desearse —pensó— suerte en la ruta de varios días
que los iba a llevar a un lejano puerto. Matías imaginó esa travesía a la que
se hubiera apuntado sin dudarlo para volver a sentir las horas de sol, el
vaivén del casco, el rumor del mar...
El deseo de navegar todavía latía
en su interior, pero la vida le dejó en la otra orilla. Y, aun así, en ese
instante, se conformó acomodado en el noray con ver salir aquel barco que conforme
avanzaba hacia la mar abierta iba perdiendo tamaña hasta parecer un barquito de
juguete. Matías, para sus adentros, pensó aquello que tantos marineros anhelan:
buen viento y buena mar.
Ramón Alfil
Foto: Ramón Alfil
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12 septiembre 2024
Anaranjados y azules…
Es contrario a la razón estar a las 6:30 horas en la cama cuando hay un día pidiendo paso en el mar. Hay un intervalo de silencio y quietud en el que empiezan a combinar los anaranjados y azules que obligan a dilatar las pupilas de manera natural.
Es un cofre lleno de oro que nos
hace sentir que ya vale la pena el día que uno va a pasar. Gracias.
Ramón Alfil
11 abril 2024
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13 mayo 2021
Beethoven y el mar... Dos inmensidades
La pieza elegida ha sido una de las más bellas que parió el loco de Bonn: el tercer movimiento de la Novena Sinfonía. ¡Qué animal componiendo!
El olor a mar, la única visión de su inmensidad, el paréntesis a la vida que te dan unos auriculares, estar con uno mismo y el idilio con la pieza son fundamentos que explosionan en una corriente impetuosa de apacible calma. ¿Hay mejor celebración?
Mi porción de mar habitual
Mirando al mar... pic.twitter.com/iTgTw5EwKE
— El Ateneo de los Amigos de Larra (@amigosdelarra) July 2, 2021
músicaymar_adl
22 abril 2021
Hans, Taylor… ¡Ron para todos!
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Foto: Darksouls (libre de derechos) |
05 abril 2021
Una puesta de sol sobre el mar Jónico
Al día siguiente decidí coger el barco para Corfú, donde me esperaba mi amigo Durrell. Salimos de El Pireo sobre las cinco de la tarde, cuando el sol todavía quemaba como un horno. Cometí el error de sacar un billete de segunda clase. Cuando vi subir a bordo los animales, los colchones y ropas de cama, todo el inverosímil galimatías que los griegos llevan consigo en sus viajes, me di prisa en pasarme a primera clase, que sólo es un poco más cara que la segunda.