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23 julio 2025

Somos un pequeño rincón de una galaxia modesta en un mar cósmico infinitamente más vasto

¿Sabíais que todas las noches, si las condiciones lo permiten, podemos ver una parte de nuestra propia galaxia cruzando el cielo?. Todas las estrellas que vemos a simple vista en el firmamento forman parte de ella. Nosotros, los seres humanos, vivimos dentro de la Vía Láctea, así que podemos decir, sin temor a equivocarnos, que somos habitantes de una galaxia. Nuestra galaxia.

Pero ¿qué vemos realmente cuando levantamos la vista al cielo nocturno? Si estamos en un lugar lo suficientemente oscuro, lejos de las luces artificiales podremos distinguir una tenue franja blanquecina que cruza el cielo de lado a lado. Es como una nube difusa, que parece suspendida en el aire. Esa franja no es otra cosa que el plano de la Vía Láctea, el disco galáctico visto desde dentro. Es la zona más densa de nuestra galaxia, y la estamos observando desde uno de sus brazos espirales.

Esa bruma es en realidad la suma de la luz de miles de millones de estrellas, tantas y tan juntas que no podemos distinguirlas individualmente a simple vista. Como si estuviésemos dentro de una rueda inmensa de luz, y al mirar por su borde viésemos la acumulación de incontables soles.

El nombre de «Vía Láctea» proviene de la mitología griega, como tantas otras cosas en nuestra cultura. Según uno de estos mitos, Hércules, el famoso héroe de fuerza sobrehumana, era hijo de Zeus y de la mortal Alcmena. Pero claro, como solía ocurrir en los relatos mitológicos, la esposa legítima de Zeus, la diosa Hera, no estaba precisamente contenta con los devaneos amorosos de su esposo. Y mucho menos con la existencia de Hércules.

Para que Hércules pudiera alcanzar la inmortalidad, tenía que ser amamantado por una diosa. Así que Zeus, aprovechando un descuido, acercó al bebé dormido hasta el pecho de Hera mientras ella también dormía. Pero la diosa se despertó sobresaltada y apartó bruscamente al niño. La leche divina se derramó entonces por el cielo y quedó esparcida como una estela luminosa: la Vía Láctea…

Así, el cielo nocturno quedó marcado para siempre con la huella de aquel acto mitológico. Una historia hermosa que nos recuerda cómo las culturas antiguas trataban de explicar los misterios del cosmos con relatos llenos de simbolismo.


Durante siglos, la humanidad contempló esa franja lechosa sin saber con certeza qué era. No fue hasta el siglo XVII cuando Galileo Galilei, apuntando su telescopio hacia la Vía Láctea, descubrió lo que realmente había allí: una multitud de estrellas tan numerosas y tan distantes que, sin instrumentos ópticos, parecen confundirse en una única mancha difusa.

Fue uno de esos momentos en los que nuestra visión del Universo dio un salto inmenso. Comprendimos que el cielo no estaba decorado con unas pocas luces dispersas, sino que formábamos parte de una gigantesca estructura cósmica compuesta por un número asombroso de estrellas.

Más adelante, en el siglo XVIII, el astrónomo William Herschel se propuso contar esas estrellas y elaborar el primer mapa galáctico. Usando recuentos estelares, Herschel creyó que el Sol se encontraba en el centro de la Vía Láctea. Era una conclusión lógica, pero equivocada. Solo veíamos más estrellas en ciertas direcciones porque el polvo interestelar nos impedía ver más allá en otras zonas del disco.

Hasta principios del siglo XX, se pensaba que la Vía Láctea era todo el Universo. Era el “todo”. Pero pronto se rompió esa idea. El astrofísico Edwin Hubble, estudiando la luz de la “nebulosa de Andrómeda”, demostró que esa mancha celeste no era una nube de gas dentro de nuestra galaxia, sino una galaxia independiente, situada a más de dos millones de años luz de distancia.

Aquello fue una auténtica revolución en la astronomía. De pronto, la Vía Láctea se convirtió en una galaxia más, entre muchas. Hubble descubrió que existían otras islas cósmicas, otros conjuntos de miles de millones de estrellas, flotando por el espacio profundo. De hecho, no eran unas pocas, ni unas cientos. Eran miles de millones.

Así, pasamos de pensar que habitábamos todo el Universo, a entender que solo somos un pequeño rincón de una galaxia modesta, en un mar cósmico infinitamente más vasto.
José Vicente Díaz

* José Vicente Díaz es colaborador de El Ateneo de los Amigos de Larra. Su espacio aquí.
* José Vicente Díaz es autor del blog "Curiosidades astronómicas Curiosidades astronómicas".